Cuentos y Leyendas de Armenia
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EL
AMO Y EL CRIADO
Que la vida os
sonría, y que también les sonría a los dos hermanos de los que voy a hablaros.
Eran dos
hermanos extraordinariamente pobres que no sabían qué hacer para mejorar su
suerte.
!Cómo les
gustaría comer los domingos, como tanta gente de su aldea, suculentas brochetas
de cordero aromatizadas con comino y cilantro.
Pero, en lugar
de eso tenían que conformarse con olfatear el delicado aroma de las brochetas
asadas a la parrilla que otros iban a comerse, y saciarse después con un simple
mendrugo de pan negro y una cebolla cruda.
El mayor ya no
soportaba la miserable vida que llevaban; además, dada su condición de
primogénito se sentía responsable de su hermano.
El único medio
de ganar un poco de dinero consistía en ir trabajando a la casa de un rico
granjero del valle, así que decidió ofrecer a aquel hombre sus servicios
mientras el pequeño de la familia se quedaba al cuidado de la casa.
Dicho y hecho.
El rico granjero ofreció un contrato al muchacho, cuya vigencia debía
prolongarse hasta el primer canto del cuco. Pero, añadió una extraña cláusula
al acuerdo: aquel de los dos que perdiese los estribos durante ese tiempo,
tendría que pagar al otro mil monedas de oro.
- Y ¿De dónde
quieres que saque mil monedas de oro ? Preguntó el nuevo criado.
Si las tuviera,
no habría venido a trabajar para tí. ¿Cómo podría pagarte, en caso de que,
alguna vez, perdiese los estribos?
-No
importa-replicó el rico-. Si no puedes pagarme en oro, trabajarás para mi sin
sueldo alguno durante diez años.
El muchacho
reflexionó y se dijo: <<Soy una persona muy tranquila, mesurada: ¿Porqué
iba a perder los estribos?¿Qué podría hacer mi amo para sacarme de mis
casillas? No, no, verdaderamente, hay poco riesgo de que pierda la
paciencia>>.
Y firmó aquel
singular contrato.
Al día
siguiente, con el alba, el amo despertó a su nuevo sirviente.
-Vete al campo y
siega mientras haya luz- ordenó.
El muchacho
estuvo segando todo el día. Al llegar la noche regresó a la casa muy cansado.
-¿Por qué estas
ya de vuelta? - preguntó el amo.
-El sol ya se ha
puesto, ya ha oscurecido- se defendió el criado.
-¡De eso nada!
-replicó el amo-. ¡Te dije que segaras mientras hubiera luz! El sol ya se ha
puesto, pero, la luna y las estrellas nos alumbran que yo sepa.
-Pero, mi amo,
¡no puedo trabajar noche y día!
-¿Cómo? ¿No
estarás empezando a enfadarte?
-No, no, no me
enfado. Solo quería decir que estoy cansado -balbució el sirviente.
-¡Ah, bueno !
Pues vuelve a segar, entonces.
El criado segó y
segó toda la noche. Los músculos le dolían, los brazos y la espalda le hacían
sufrir lo indecible, los ojos se le cerraban a su pesar, tanta era la necesidad
que tenía de dormir... Pero, continuó segando y segando bajo el pálido fulgor
de las estrellas.
Finalmente, las
sombras se disiparon, la luna desapareció y el muchacho estiró sus miembros,
exhausto.
Pero,
precisamente en ese momento salió el sol.
-¡Esto es
demasiado! - exclamó, exasperado -. ¡Hasta un burro reventaría con esta clase
de vida!
Y,presa de la
cólera y la desesperación, gritó:-¡Maldito sean tu pan y tu campo, y el dinero
que me pagas!
El amo estaba
esperando aquella explosión de ira como la araña acecha a su presa; saliendo
cual diablo de su escondite, de la caseta de herramientas.
-¡Ah! ¡Te has
enfadado! ¡Te has enfadado!
-exclamó
jubiloso-.
Ahora tendrás
que cumplir nuestro contrato.¡No digas que te he engañado! ¡Ya sabías a lo que
te exponías!
El criado había
caído en la trampa. Si no entregaba las mil monedas de oro a aquel malvado, se
vería condenado a trabajar para él sin sueldo alguno, durante diez años. Y por
nada del mundo estaba dispuesto a soportar semejante esclavitud.
Mas muerto que
vivo, firmó al granjero un pagaré y huyó a su casa, esperando que su hermano
menor, más listo que él, encontrase una forma de sacarlo de aquel embrollo.
-No te
preocupes, hermano- dijo el muchacho más joven-.
Esta vez seré yo
quien ofrezca mis servicios a ese ricachón, ¡Y veremos lo que pasa!
Se puso pues al
servicio del rico