Cuentos y Leyendas de Armenia
9
EL ESTÚPIDO
Un pobre campesino trabajaba sin descanso para poder comer hasta
hartarse, pero, a pesar de todos sus esfuerzos, seguía siendo pobre: no podía
permitirse ni una porción de mantequilla para alegrar su pan cotidiano. Día
tras día, tenía que contentarse con patatas cocidas y pan seco. Desanimado, un
día, decidió ir a quejarse de su suerte a Dios.
Cogió sus alforjas y su bastón y se puso en marcha.
En el camino se encontró con un lobo famélico, que le preguntó que adónde iba.
-Voy a quejarme ante Dios - contestó el campesino-; soy demasiado pobre, y eso no es justo.
-¿Puedes hacerme un favor? -preguntó entonces el lobo-. Cuando veas a Dios, háblale también de mí. De la mañana a la noche recorro los bosques para buscar mi sustento y a menudo me voy a dormir con el estómago vacío. ¿Para qué me ha creado Dios, para dejarme morir de hambre? ¿Qué debo hacer?
El hombre prometió plantear la pregunta a Dios y prosiguió el camino. Poco después se encontró con una hermosa muchacha que estaba lamentándose.
-Te deseo larga vida, hermanita-dijo el campesino-, p¿Por qué lloras? Yo voy a presentarme ante Dios para quejarme de mi suerte. Si quieres que le transmita algún mensaje de tu parte, no dudes en decírmelo, yo se lo llevaré por tí.
-Te lo ruego, cuando veas a Dios, háblale también de mí. Explícale que en cierto lugar de la tierra vive una muchacha hermosa, dulce y con buena salud que aspira a la felicidad.
¿Acaso Dios me ha creado para dejarme languidecer aquí sola, sin nadie con quien hablar? ¿Qué debo hacer?
-Le plantearé la pregunta-prometió el campesino.
Y prosiguió el viaje.
Anduvo algún tiempo, aún hasta llegar a la orilla de un río, donde decidió descansar. Junto al agua crecía un árbol raquítico y con las ramas desnudas.
-¿Adónde vas por aquí? -preguntó el árbol al campesino.
-Voy a quejarme a Dios -repuso este.
-Pues, ya que vas -dijo el árbol-, tengo un ruego que hacerte. Cuando veas a Dios, háblale también de mí. Estoy plantado en una tierra buena y fértil, mis pies están regados por el río y, sin embargo, me seco. ¿Por qué me priva Dios de la alegría de reverdecer en primavera, de embalsamar el aire con mis brotes y mis flores, como hacen los otros árboles?
Ningún niño se ha detenido jamás junto a mí para que le ofrezca mis frutos. ¿Qué debo hacer?
Cogió sus alforjas y su bastón y se puso en marcha.
En el camino se encontró con un lobo famélico, que le preguntó que adónde iba.
-Voy a quejarme ante Dios - contestó el campesino-; soy demasiado pobre, y eso no es justo.
-¿Puedes hacerme un favor? -preguntó entonces el lobo-. Cuando veas a Dios, háblale también de mí. De la mañana a la noche recorro los bosques para buscar mi sustento y a menudo me voy a dormir con el estómago vacío. ¿Para qué me ha creado Dios, para dejarme morir de hambre? ¿Qué debo hacer?
El hombre prometió plantear la pregunta a Dios y prosiguió el camino. Poco después se encontró con una hermosa muchacha que estaba lamentándose.
-Te deseo larga vida, hermanita-dijo el campesino-, p¿Por qué lloras? Yo voy a presentarme ante Dios para quejarme de mi suerte. Si quieres que le transmita algún mensaje de tu parte, no dudes en decírmelo, yo se lo llevaré por tí.
-Te lo ruego, cuando veas a Dios, háblale también de mí. Explícale que en cierto lugar de la tierra vive una muchacha hermosa, dulce y con buena salud que aspira a la felicidad.
¿Acaso Dios me ha creado para dejarme languidecer aquí sola, sin nadie con quien hablar? ¿Qué debo hacer?
-Le plantearé la pregunta-prometió el campesino.
Y prosiguió el viaje.
Anduvo algún tiempo, aún hasta llegar a la orilla de un río, donde decidió descansar. Junto al agua crecía un árbol raquítico y con las ramas desnudas.
-¿Adónde vas por aquí? -preguntó el árbol al campesino.
-Voy a quejarme a Dios -repuso este.
-Pues, ya que vas -dijo el árbol-, tengo un ruego que hacerte. Cuando veas a Dios, háblale también de mí. Estoy plantado en una tierra buena y fértil, mis pies están regados por el río y, sin embargo, me seco. ¿Por qué me priva Dios de la alegría de reverdecer en primavera, de embalsamar el aire con mis brotes y mis flores, como hacen los otros árboles?
Ningún niño se ha detenido jamás junto a mí para que le ofrezca mis frutos. ¿Qué debo hacer?
-Le plantearé la pregunta
-prometió el campesino.
Después se puso en camino y anduvo durante días, noches y semanas. Tras muchas aventuras que no me corresponde a mí contaros, llegó por fin ante Dios y presentó así su súplica:
-Mira, Señor Dios, se cuenta de ti que eres justo y bueno, que tratas a todos los hombres de la misma forma. Si eso es verdad, dime si te parece equitativo que yo trabaje como un esclavo para poder comer apenas un mendrugo de pan, mientras otros se enriquecen sin hacer nada. ¿Dónde está ahí la igualdad? ¿Dónde está la justicia?
Dios se quedó perplejo. Había intentado que los hombres fueran felices, y sin embargo no había podido evitar las desigualdades. Había creado un mundo en paz, pero, los hombres guerreaban…
Después se puso en camino y anduvo durante días, noches y semanas. Tras muchas aventuras que no me corresponde a mí contaros, llegó por fin ante Dios y presentó así su súplica:
-Mira, Señor Dios, se cuenta de ti que eres justo y bueno, que tratas a todos los hombres de la misma forma. Si eso es verdad, dime si te parece equitativo que yo trabaje como un esclavo para poder comer apenas un mendrugo de pan, mientras otros se enriquecen sin hacer nada. ¿Dónde está ahí la igualdad? ¿Dónde está la justicia?
Dios se quedó perplejo. Había intentado que los hombres fueran felices, y sin embargo no había podido evitar las desigualdades. Había creado un mundo en paz, pero, los hombres guerreaban…
Y aquel pobre
campesino, tan ingenuo en su reclamación, le conmovía infinitamente.
Decidió concederle su deseo.
-Vuelve a tu
casa, buen hombre. Tendrás dos oportunidades para encontrarte con tu suerte y
de que ésta te sonría; aprovéchala y serás rico y feliz -afirmó Dios.
Antes de despedirse el hombre planteó los casos del lobo hambriento, la hermosa muchacha desgraciada y el árbol raquítico.
Para cada uno de
ellos, Dios le explicó las soluciones, después de lo cual, nuestro hombre
emprendió el camino de regreso.
Primero se encontró de nuevo con el árbol.
-¿Qué te ha
dicho Dios de lo mío? -preguntó el árbol.
-Ha dicho que
hay un cofre que te impide crecer enterrado bajo tus raíces que te impide
crecer -respondió el campesino-. Que cuando alguien lo saque, reverdecerás.
-Qué bien ! -Exclamó el árbol-.
Deprisa, cava y
coge el oro. Así, ambos seremos felices.
-No, no ! No
tengo tiempo. Dios me ha ofrecido una oportunidad de encontrarme con mi suerte.
Tengo que
regresar a mi casa y aprovecharla.Y se alejó a grandes zancadas, impaciente por
comunicar la respuesta de Dios a la muchacha desgraciada.
En cuanto lo vio, esta preguntó:
-¿Qué te ha
dicho Dios de lo mío?
-Me ha explicado
que para hallar la alegría y la felicidad, has de tener un compañero con quien
compartirlo todo, así como las alegrías y las penas.
Una gran
esperanza iluminó los ojos de la muchacha. Tomó las manos del joven entre las
suyas y, roja de vergüenza, murmuró:
-Pues, si es
así, cásate conmigo ! Cásate conmigo y juntos seremos felices.
-No, no ! No
puedo.No tengo tiempo. Dios me ha ofrecido una oportunidad para encontrarme con
mi suerte. Debo volver a casa y aprovecharla.
Dejó a la muchacha sumida en la decepción y, dándose toda la prisa que podía, llegó al lugar donde estaba el lobo hambriento.
Entonces, el lobo preguntó: ¿Traes la respuesta para lo mío?
-Deja que en
primer lugar te cuente lo que me ha pasado, -repuso el hombre.
Después de
dejarte, me encontré con una joven solitaria y con un árbol raquítico.
Ambos deseaban
el fin de sus desdichas, y yo, les he transmitido la respuesta de Dios: La
muchacha tiene que encontrar un marido y el árbol desprenderse de un montón de
oro que bloquea sus raíces.
El lobo lo
interrumpió para felicitarlo con una bondadosa sonrisa.
-Vaya, amigo !
Menuda suerte la tuya, ¿Así que ahora eres rico y estas casado?
-Es curioso que
me hagas esa pregunta, hermano lobo -contestó, inquieto, el campesino-. Sí,
efectivamente, la muchacha quería casarse conmigo y, el árbol me pidió que
cavase para coger el oro.
-¿Y no lo
hiciste? -preguntó el lobo, estupefacto.
- Por supuesto
que no! - dijo el campesino-. Rechacé las dos proposiciones, porque Dios me ha
ofrecido la oportunidad de encontrarme con mi suerte. Me lo ha prometido !
Tengo que volver a casa para aprovecharla. El lobo, perplejo, se rascó la cabeza antes de preguntar: -¿Y de lo mío?- ¿Te dio Dios la solución a mi problema? Y como el campesino ya había reemprendido la marcha, el lobo gritó: -Eh !, no corras tanto ! Respóndeme antes de irte. -Tengo tanta prisa de encontrarme con mi suerte que ya me había olvidado de ti, hermano lobo. En cuanto a lo tuyo, Dios dice que seguirás vagabundeando muerto de hambre hasta que te encuentres con un imbécil que sacie tu apetito. -¿Y dónde voy a encontrar un imbécil mas grande que tu?- Preguntó irónicamente el lobo, con una sonrisa que dejaba al descubierto sus enormes dientes. Y, acto seguido, lo devoró. Tres manzanas han caído del cielo:Una, para los chicos sin dinero, pero, listos; otra, para las muchachas desconsoladas; y otra, para los que saben aprovechar una oportunidad cuando se les presenta.
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