miércoles, 14 de diciembre de 2016

Un oficio vale más que mil tesoros


2

UN OFICIO VALE MÁS QUE MIL TESOROS

Las montañas se elevan hacia el cielo desde lo más hondo de los valles, las fuentes brotan de las profundidades de la tierra, y el origen de este cuento se pierde en la noche de los tiempos.


Hubo una vez un rey armenio, muy rico y muy anciano, cuyo hijo único se moría de amor por una joven campesina.
El príncipe se lo había confiado, en el más absoluto secreto, a su amigo más íntimo, quien se lo había contado a sus propios amigos, quienes se habían apresurado a extender la noticia...
Al final , el país entero terminó enterándose del asunto.

Los campesinos aprobaban la elección del príncipe, pues esperaban que una reina surgida de entre los suyos prestase mayor atención a sus dificultades. Los nobles, en cambio, se sintieron irritados y despechados al saber que el príncipe no había escogido a una de sus mujeres. Los burgueses se burlaban, hacían correr el rumor de que Su Alteza debía de haber enloquecido para preferir una campesina a una rica heredera. Casi todos estaban convencidos de que el Rey jamás daría su consentimiento a semejante matrimonio.

! Pero lo que nadie había imaginado era que fuese la campesina la que se negase a casarse con el príncipe!

El viejo Rey, que era un sabio y deseaba, por encima de todo la felicidad de su hijo, fue a la aldea donde vivía la joven campesina para tratar de convencerla, pues, en aquellos lejanos tiempos, los reyes y sus súbditos se encontraban y se hablaban, con la mayor sencillez del mundo, sin protocolo.

Anahit, que así se llamaba la muchacha, era bella, sensata y honesta.
-¿Por qué no quieres casarte con mi hijo? - Preguntó el Rey-. Es guapo, sensato y honrado. Además, es príncipe, y algún día me sucederá en el trono. ¿Qué más puedes pedir?

-Pido que aprenda un oficio- respondió la joven.
-"Pero se trata de un príncipe"- objetó, sorprendido el Rey.
-Hasta un príncipe puede llegar a tener, algún día, la necesidad de ejercer un oficio.
-Pero cuando sea el amo y señor de este país, todo el mundo estará a su servicio.

Es verdad  -admitió Anahit-; pero ¿ Quién puede garantizar el futuro? El amo y señor de hoy puede tener que servir mañana.

Mientras no aprenda un oficio, no me casaré con él.

Ante la determinación de Anahit y la del propio príncipe, que consideraba que ella tenía razón al exigir que aprendiera un oficio, el viejo rey cedió.
Y el príncipe, por amor a Anahit, aprendió el arte de tejer alfombras. Durante el día, ejercía sus responsabilidades de príncipe, y, por la noche, realizaba su aprendizaje con un artesano de la aldea de Anahit, pinchándose sus inexpertos dedos con las aceradas puntas de las agujas.

Sentado ante su telar, seguía los consejos del maestro como lo hacían los otros aprendices, a menudo más jóvenes que él, y que ignoraban quién era realmente.
Mientras trabajaban, los escuchaba hablar; quejarse de los emisarios del rey que abusaban de su poder recaudando más impuestos de los que exigía la ley, o de los dignatarios poco escrupulosos que abrumaban con cargas y prestaciones a los campesinos... Oyó también que se compadecen de una pobre madre de familia cuyo marido acababa de morir y que debía alimentar ella sola a sus cuatro hijos...
Al cabo de algunas semanas, los aldeanos comenzaron a darse cuenta de que sus deseos habían sido satisfechos sin que ni siquiera hubiesen que exponérselo a nadie: el mal juez era reemplazado por un hombre íntegro, la viuda recibía una pensión del rey para mantener dignamente a sus hijos... Y los ladrones no actuaban por miedo a verse inmediatamente desenmascarados...

Por fin, un día, el príncipe llegó al término de su aprendizaje.
Mezclando hilos de oro y plata con las lanas y sedas de colores que iba anudando en la trama, realizó una alfombra de pequeño tamaño, toda adornada con dragones, peces y pájaros, y se la regaló a la joven campesina.
-Ahora estoy dispuesta a unir mi suerte a la tuya- dijo ella, aceptando por primera vez un regalo del príncipe-. Me has demostrado que tu amor por mi es sincero y que no se desvanece a la primera dificultad.
Para celebrar la boda se organizaron grandes festejos en todo el país. Durante siete días y siete noches, todo el mundo fue invitado a comer y beber a la salud de los novios. Todo el reino estaba entusiasmado, pero los más felices eran los campesinos: Se sentían orgullosos de su príncipe, quien, al haber aprendido un oficio, se había puesto al mismo nivel que sus súbditos, y todo por amor a su mujer. Sabían, además, que aquel que ha tenido que trabajar con sus propias manos respeta el trabajo de los demás.
Pasaron los años, el príncipe se convirtió en rey...
Y hasta qué punto fue rey sensato y clarividente y cómo supo gobernar en paz y con justicia ! Quienes mejor podrían contarlo son las gentes que vivieron entonces, en aquel reino lejano y feliz.

Un día, el rey quiso hacer un recorrido por su reino para asegurarse personalmente de que sus súbditos estaban contentos con él. Se despidió de la reina y, vestido con gran sencillez, con el fin de que nadie lo reconociera, partió para un viaje de cuarenta días a través del país.

Visitó los mercados las posadas y las plazas públicas para oír la voz de su pueblo y sus preocupaciones. Lo vió todo , lo comprendió todo: sus ministros aplicaban leyes para su propio beneficio y sus consejeros le ocultaban todo aquello que no funcionaba bien en el reino...
Se prometió a sí mismo a controlar más de cerca, en los sucesivo, a los recaudadores de impuestos, a los jueces que impartían justicia en su nombre y a todos los funcionarios vinculados al palacio, que no siempre ejercían sus funciones con equidad.
En el camino de vuelta, se detuvo en una posada, donde decidió pasar la noche.

Acababa de acostarse, cuando unos bandidos entraron en su habitación. Y, apuntando su cuello con un afilado puñal, uno de los miserables exclamó:
-!No hagas ningún movimiento, ni un solo ruido, o eres hombre muerto !!Dame tu bolsa!
El príncipe quedó muy impresionado al comprobar que, en aquel hermoso país, al que tanto amaba y en el que había emprendido tantas reformas para asegurar el bienestar de todos, todavía quedaba gente dispuesta a matar por unas pocas monedas. Pensó en luchar, pero estaba solo y desarmado frente a unos malhechores sin escrúpulos. Entonces les propuso lo siguiente:
-Mi bolsa no contiene gran cosa, pero, por favor,  !no me matéis! Os seré más útil vivo que muerto: sé hacer tapices de gran belleza por los que podríais obtener mucho dinero.
Los bandidos se dejaron convencer  y proporcionaron al príncipe todo el material necesario para ejercer su oficio.
Prisionero en un sótano, el príncipe trabajó durante nueve semanas, noche y día, en la realización de una alfombra de nudos magnífica, con pájaros de pico de plata,entrelazados con peces de escamas de oro y dragones con la lengua de fuego.

AL ver la alfombra, los bandidos se alegraron de no haber matado al prisionero, y, siguiendo su consejo, decidieron presentarla en palacio, donde el rey, sin duda, les daría mucho dinero por ella.
Los servidores del palacio informaron a aquellos malhechores disfrazados de que el rey se encontraba ausente y la reina estaba demasiado preocupada para interesarse por una obra de arte: ya no comía ni dormía, y no hacía otra cosa que rezar y llorar.

No es difícil comprender por qué la reina estaba triste: la ausencia de su esposo excedía ya, con mucho, los cuarenta días previstos, y no tenía ninguna noticia de él.
Pero los bandidos insistían, y los servidores alzaban la voz...
Al final, era tal el alboroto que la reina quiso enterarse de lo que pasaba.
Cuando vio la alfombra reconoció enseguida la forma de trabajar de los  artesanos de su aldea. Y, emocionada, exigió verla de cerca.
Entonces, los pájaros y los peces aparecieron de pronto cargados de significado, pues cada dibujo era una letra del alfabeto,  y todas reunidas formaban el siguiente mensaje: " soy prisionero de estos bandidos".
Os dejo que adivinéis lo que sucedió después: baste decir que aquellos hombres fueron obligados a confesar sus fechorías.
El rey, liberado por fin, no encontraba palabras para agradecer a su esposa que, con su gran sensatez, lo hubiese obligado a aprender un oficio. Su ingenio había hecho el resto...
Desde entonces, los iluminadores armenios utilizan letras en forma de pájaro para adornar sus manuscritos más valiosos.

Del cielo han caído tres manzanas: una es para el que cuenta; otra, para el que escribe; y la tercera, para el que lee. "Buen provecho a todos"


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deje aquí su comentario, gracias !