miércoles, 14 de diciembre de 2016

Khigar, el Sabio

Cuentos y Leyendas de Armenia

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KHIGAR, EL SABIO


En una pequeña aldea situada en lo más recóndito de la provincia de Kharpet, vivía un hombre muy astuto y sabio llamado Khigar.
Kharpet(Ciudadela y ciudad antigua de Harput, de Armenia occidental, pronunciado Kharberd en la Armenia oriental, Kharpet en la Armenia occidental, cuyo significado, del armenio, es fortaleza de roca y de donde procede el “Bulgur”, Trigo machacado, la actual "Elazığ" turca.)

¿Que había un litigio entre dos vecinos? Enseguida solicitaban el arbitraje de Khigar.
¿Que un matrimonio se peleaba? Rogaban a Khigar que diese su consejo.
Discusiones, procesos, rivalidades, discordias...todo terminaba en casa de Khigar.
Su celebridad, sobrepasando las fronteras de la aldea, terminó llegando a oídos del Rey, que lo mandó llamar al palacio y le pidió que se convirtiera en su consejero.
Khigar aceptó y empleó toda su sabiduría y su perspicacia en el cumplimiento de su misión.
El rey recurría a él y solicitaba sus consejos en todo tipo de circunstancias.

Khigar tenía acceso en todo momento al Palacio e incluso, a los aposentos privados del soberano.
en la mesa, durante los banquetes, su sitio era a la derecha del rey y no podía ser ocupado por ningún otro invitado, ni siquiera en su ausencia.
El rey lo apreciaba y así se lo decía a quien quisiera oírlo. Khigar, aun sabiéndolo,
Un día en que Khigar había sido invitado a un banquete del rey y se estaba preparando para acudir a él, oyó de repente unos golpes en su puerta.
Era el carnicero de su ciudad natal,estaba de paso en la ciudad y, aprovechando la ocasión, venía a saludarlo. Khigar lo reconoció enseguida. El hombre era ni muy listo ni muy ingenioso, pero, no era una mala persona.
Evidentemente, su repentina visita no se producía en el momento más oportuno, puesto que Khigar debía acudir obligatoriamente a la cena del Palacio; sin embargo, las leyes de la hospitalidad son sagradas, y no era cuestión de echar al visitante.
Khigar lo invitó entonces a acompañarlo al banquete, pero hizo tres recomendaciones:
-En primer lugar-dijo-, elegirás, para sentarte a la mesa, el sitio que conviene a tu rango. Si te sientas en los puestos de honor, te verás obligado una y otra vez a ceder tu lugar a un invitado más importante que tú, mientras que si te sientas al final de la mesa, nadie te discutirá el puesto escogido. -En segundo lugar,no hables a tontas y a locas; hazlo sólo cuando te dirijan la palabra.
-Y, en tercer lugar, no ofrezcas tus servicios a menos que alguien te lo solicite.


Una vez hechas estas recomendaciones, Khigar y sus invitados se presentaron en Palacio.
Una nube de criados hormigueaba desde la escalinata del edificio, pavimentada en mármol rosa, hasta la gran galería donde debía celebrarse el festín, cuyos muros estaban adornados con espléndidos mosaicos. En ellos aparecían, representados mediante pequeños fragmentos de ágata, cornalina, calcedonia y lapislázuli, ensamblados artísticamente, jardines tan hermosos que parecían de cuento: al agua azul de una bella fuente acudían a beber corzos y cervatillos, mientras que los ruiseñores revoloteaban entre las ramas de los cerezos en flor...


Ágata:cuarzo lapídeo, duro, traslúcido y con franjas de uno u ótro color.
Cornalina:ágata de color de sangre o rojiza.
Calcedonia: ágata muy traslúcida de color azulado.
Lapislázuli:mineral de color azul intenso.
Corzo: mamífero rumiante cérvido, algo mayor que la cabra.


La sala parecía iluminada por los mil destellos de las antorchas y los candelabros que hacían brillar los preciosos tejidos de los divanes.
Alrededor de la mesa se habían dispuesto para todos los invitados de sillones  de madera de cedro con incrustaciones de nácar.
Dos lacayos ofrecían a los recién llegados una gran fuente de plata donde vertían agua perfumada con una jarra de alabastro, para que pudiesen lavarse las manos antes de sentarse a la mesa.
Deslumbrando ante tanto refinamiento y opulencia, el carnicero se olvidó por completo de los consejos de Khigar. Seguramente se había olvidado hasta de su nombre...
Mientras que Khigar se había sentado en el lugar que le tenían reservado, nuestro hombre observaba la llegada del visir y de los grandes dignatarios, que fueron tomando asiento.
Después llegaron los embajadores, los ministros...
El carnicero se mezcló con ellos y se sentó a su lado.
-!Largo de aquí! -le gritaron los criados, que necesitaban asiento para otro invitado.


El cedro:árbol conífero abietáceo cuya madera es aromática compacta e incorruptible.
El nácar: sustancia blanca, irisada que se forma en el interior de ciertas conchas.
Un lacayo: criado de librea(uniforme con distintivos).
El alabastro: piedra blanca, compacta y a veces traslúcida, de apariencia marmórea.


Se movió un puesto más allá, luego dos, luego diez...
Entonces llegaron los eclesiásticos y los notables del reino.
-!Más allá! !Más allá!
El hombre terminó cambiándose de sitio, una y otra vez, y terminó encontrándose al final de la mesa, muy cerca de las cocinas. Deliciosos aromas impregnaban el ambiente, y se oían las voces de los cocineros:
-¿Quién va a trinchar el cordero ante el rey?
-Ese honor debe recaer en el mejor de nosotros.
-Al menor fallo, el rey puede enfadarse.
nuestro hombre como carnicero de oficio,estaba acostumbrado a deshuesar y cortar la carne cada día.así que se precipitó a las cocinas y dijo:
-Compañeros, nadie mejor que yo conoce el oficio de la carne. No os preocupéis por nada: yo me ofrezco voluntario para trinchar ese cordero.
-¿Y por qué no? -respondieron los cocineros, contentos, en su fuero interno,de que aquél honor no recayera en el jefe de cocina, de quien todos estaban celosos.
El jefe de cocina se sintió doblemente frustado, pues se daba la circunstancia de que aquél honor iba acompañado, por lo general,de una bolsa llena de monedas de oro que el soberano arrojaba a quienes realizaban convenientemente aquella tarea. Lanzó una mirada atravesada al carnicero, y dijo:
-Nadie te ha pedido nada, extranjero. ¿Por qué te mezclas en esto?
Pero ya los pinches habían colocado el cordero asado e una inmensa bandeja de plata y se lo ofrecían con orgullo al rey y a sus invitados. El carnicero, hinchado de vanidad, se recogió las mangas, sacó de su bolsillo el cuchillo de mango de madera de olivo que siempre llevaba consigo y se dispuso a trinchar el cordero.
-!Ladrón! -exclamó entonces el jefe de cocina-. Ese hombre es un ladrón. Llevo tres días buscando mi cuchillo y mira dónde está; me lo ha robado.
Inmediatamente se hizo un profundo silencio; un silencio total, pues todo el mundo sabía que el rey castigaba con la muerte el más insignificante robo.
-!Pero si es mentira! - se defendió el carnicero-. No le he robado nada a nadie.
El rey tomó la palabra:
-!Guardias! Prended a este extranjero y llevadlo a la cárcel: pasará allí la noche. Mañana dictaré mi sentencia.Si es culpable, será colgado, como manda la ley.
Khigar estaba aterrado: aquel pobre hombre que había venido desde su lejana aldea natal solo para saludarlo se arriesgaba a morir por una falta que probablemente no había cometido.
Pero ¿cómo demostrarlo?
Khigar se dirigió entonces al rey.
-Que Vuestra Majestad autorice a este hombre a pasar la noche bajo mi techo. Era mi invitado, y faltaría a las sagradas leyes de la hospitalidad si permitiera que durmiera en prisión esta noche. Mañana por la mañana, me comprometo a presentarlo ante el tribunal; si se demuestra que ha cometido un robo, será castigado como es debido; no pondré ninguna objeción.
-Te conozco demasiado bien, Khigar - repuso el Rey-. Si accedo a tu petición, te pasarás toda la noche dando consejos a este hombre, y mañana será capaz de utilizar los mejores argumentos para defenderse. No, Khigar, no.
Los culpables deben recibir el castigo que merecen.
-Os prometo por mi honor, Majestad, que no le dirigiré la palabra. Vuestra Majestad me conoce desde hace ya doce años, y sabe que nunca faltaría a mi promesa.
-Está bien -dijo el rey -. Acepto tu palabra. Que pase la noche en tu casa.
Khigar y el carnicero se pusieron inmediatamente en camino. Cuando llegaron ante la casa, Khigar empujó al hombre al establo, donde había un burro; le indicó por señas que se acostara sobre un montón de heno que había en un rincón, y luego, cogiendo un palo, se dirigió al asno.
-Asno, es a ti a quien hablo; escúchame bien. Si mañana debieras ser juzgado por el robo de un cuchillo, robo del que eres inocente, estoy seguro, esto es lo que tendrías que responder. ¿Me oyes, asno?
Y Khigar le dió un palo en el trasero al animal, que se puso a rebuznar.


-Bien, bien, ya veo que me oyes. !Escucha entonces mi consejo , especie de burro, y no te dediques a hacer lo que te dé la gana, como de costumbre !
Cuando el rey pregunte de donde has sacado ese cuchillo, responderás que lo encontraste clavado en el pecho de tu madre y que desde entonces, vas de pueblo en pueblo en busca de su asesino, al que has jurado encontrar.¿Me has entendido, burro?
Y Khigar acompañó su pregunta con un nuevo bastonazo en la grupa del animal.
-!Hiii ! -hizo el asno.
-!Bien,bien, asno! Recuerda la lección y no se te ocurra decir otra cosa.
Después Khigar se retiró.
Al día siguiente por la mañana, y siempre sin dirigirle la palabra, acompañó al carnicero hasta el tribunal.
Los curiosos no daban ni un céntimo por la vida de aquél extranjero, cuyo peso en la corte no podía compararse al del jefe de cocina, conocido y respetado en toda la ciudad.
El rey y el ministro de justicia llegaron y ocuparon sus asientos.
-Extranjero- dijo el rey- , ¿Cómo llegó tu cuchillo a tus manos?
El carnicero, cuya palidez se asemejaba a la de un cadáver, respondió:
-Majestad, lo encontré clavado en el pecho de mi madre, y, desde entonces, estoy buscando a su asesino.
Una oleada de estupor recorrió la sala.
El rey se dirigió entonces al jefe de cocina:
-¿Este cuchillo es tuyo?
El jefe de cocina, asustado por el giro que estaban tomando los acontecimientos, solicitó ver de cerca el cuchillo y luego declaró:
-Me he confundido. Pido a Vuestra Majestad y a este hombre que me perdonen mi equivocación. El mango de mi cuchillo es de marfil, y éste es de madera de olivo,así que no es mi cuchillo.
-Que den diez bastonazos a este cocinero para que aprenda a mirar mejor la próxima vez-ordenó el rey.
-Perdonadle, Majestad -rogó entonces Khigar-; todos en el mundo puede equivocarse.
-Está bien-dijo el rey-; que liberen a estos dos hombres. Pero !habría jurado que uno de los dos era culpable!
-El corazón del hombre y el fondo del mar son insondables,Señor - declaró Khigar-, y nadie es tan inocente ni tan culpable como suele creerse.
El rey, perplejo, meditó largamente sobre el significado de aquellas palabras... Dicen que todavía está pensando en ellas.


Tres granadas han caído del cielo: una para quien da buenos consejos; otra, para quien los escucha: y la tercera, para quien sabe aprovecharlos.



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