miércoles, 14 de diciembre de 2016

El cuento del destino



Cuentos y Leyendas de Armenia
3
EL CUENTO DEL DESTINO
Había una vez, hace mucho tiempo, un hombre inmensamente rico, propietario de numerosas granjas e incluso de aldeas enteras.
Un día, decidió ir a visitar sus propiedades para cerciorarse de que su administrador las estaba llevando bien.
Durante el trayecto, se puso a pensar en el destino.
Las viejas de su pueblo contaban que el destino de los hombres está determinado desde el comienzo, y que los ángeles, con su nimbo(Aureola, resplandor, círculo luminoso) de polvo de estrellas, son los encargados de fijar, cuando uno nace, el porvenir.

“¿Será verdad que nuestra vida está escrita en el “Gran Libro”? -se preguntaba el hombre-. ¿Y que, hagamos lo que hagamos, no podemos escapar de nuestro destino? No, no, no puedo creerlo. En cuanto a mí, mi vida es tal y como me la he forjado:me he enriquecido, he elegido a mi esposa;ella me ha dado una preciosa hijita que se casará con el hijo de nuestro rico vecino…
Me gustaría encontrarme, si es que existen, a esos ángeles que supuesta mente escriben el destino de los hombres. Una cosa es segura: !El mío ya no podrán cambiarlo!”

Mientras el hombre iba reflexionando de esta manera, sin dejar de caminar, vio que dos jóvenes llenos de majestad y de misterio salían de una pobre choza. Impresionado por su aspecto y por la aureola de luz que emanaba de sus personas, se dirigió hacia ellos y les preguntó:
-¿Sois vosotros los ángeles que escriben el destino de los hombres?
-Sí, por supuesto -  respondieron.
-¿Por qué habéis venido a esta casa? - Preguntó entonces el rico propietario.
-En ella hay un recién nacido. Hemos venido a escribir en su frente que, de mayor, él, que es tan pobre, se casará con la hija de un hombre inmensamente rico que hoy visita la aldea, por lo que, más adelante, se convertirá en el propietario de todos sus bienes.

Y dicho esto, los dos ángeles desaparecieron.

Nuestro hombre , muy turbado por lo que acababa de oír, pero, tan decidido como siempre, a determinar, él mismo su propio destino, entró en la choza y propuso a los padres del recién nacido que le vendiesen al pequeño a cambio de diez monedas de oro.
Aquella gente era muy pobre. Con la esperanza de que su hijo tendría una vida mejor si se iba con aquel hombre tan rico, consintieron en separarse de él.

Así fue como el rico salió de la aldea con el niño. Cerca de un bosque, vio un leñador que cortaba madera, y, haciendo tintinear entre sus dedos algunas monedas de oro, le propuso la transacción siguiente:
-Si aceptas matar a este niño y luego traer como prueba sus ropillas teñidas de sangre, te daré este oro que tengo aquí.

El leñador cogió al niño, pero, como le repugnaba mancharse las manos con la sangre de un inocente,se contentó con abandonarlo al pie de un árbol, diciéndose: “vivirá si es la voluntad de Dios”.

Después, mató un animal salvaje, ensució las mantillas del niño con su sangre y se las llevó al hombre rico, quien regresó a su casa tranquilizado y convencido de haber cambiado el curso de su destino.
Un pastorcillo que guardaba las cabras de la gente de la aldea, pasó entonces por el bosque con su rebaño. Una de las cabras, que pertenecía a una pobre anciana, descubrió de pronto al niño y se acercó a él. Aferrándose a una sus ubres, el recién nacido se puso a mamar con avidez.
Por la noche, cuando el pastor devolvió la cabra a la anciana, ésta vio enseguida que el animal ya no tenía leche. Se enfadó mucho:
-¿Es que no temes al Señor, que me robas la leche de la única cabra que tengo?
-! Yo no he robado nada, abuela ! -se defendió el pastor-. Si la leche de tu cabra se agota, no es culpa mía. Puede que sea demasiado vieja, como tú, abuelita.
-!Joven insolente! -Voy a contar a tu padre lo que me has dicho.
Pero, al día siguiente volvió a ocurrir lo mismo, y la cabra regresó a casa de su propietaria sin una gota de leche.
Al día siguiente, la vieja, furiosa, decidió seguir al rebaño. Al llegar al bosque, cuál no sería su sorpresa cuando vió a su cabra alejarse del resto de los animales para ir a ofrecer sus ubres a un bebé tumbado al pié de un árbol. Conmovida al ver al recién nacido, que parecía caído del cielo, y su desamparo, la anciana sintió que su corazón se enternecía. Decidió recogerlo y, si nadie lo reclamaba, educarlo como si fuera su propio hijo. Le puso el nombre “Encontrado”.
Pasaron los años, y “Encontrado” se convirtió en un apuesto joven lleno de gratitud y de cariño hacia la anciana que lo había criado, e infinitamente respetuoso con las personas de edad avanzada.
Un día, un hombre rico decidió realizar de nuevo un recorrido por sus granjas y aldeas. Y sus pasos lo condujeron hasta el pueblo donde vivía “Encontrado”. Cuando le contaron aquella extraordinaria aventura de un niño hallado y alimentado por una cabra hacía unos veinte años, comprendió al instante que había sido engañado y que el leñador no mató al niño, según lo acordado, sino que se había limitado a abandonarlo en el bosque, dejando actuar al azar…¿o al destino?

Despechado al ver impedido su propósito, se obstinó en su maldad y escribió el mensaje siguiente: “ Matad de inmediato al portador de esta carta”. Entregó luego el mensaje a “Encontrado” y le ordenó que se lo llevase al administrador de aquellas tierras.

El joven partió con la carta, pero, al llegar a las inmediaciones de la casa del hombre rico, decidió descansar un rato en su jardín y se quedó dormido.
La hija del hombre rico descubrió entonces al apuesto joven que dormía en su jardín, y vio que de su bolsillo sobresalía una carta que llevaba el sello de su padre. Dominada por la curiosidad, la abrió y la leyó. Apiadándose de aquel pobre muchacho, sustituyó la carta por otra que decía:
“Casad de inmediato con mi hija al portador de esta carta”.
El administrador mostró la carta a la esposa del hombre rico, la cual se alegró mucho de dar la mano de su hija a un joven tan apuesto. Las bodas se celebraron durante siete días y siete noches.

Cuando el rico volvió a casa, casi se ahoga de rabia al enterarse de la noticia: ¿Cómo? “Su única hija casada con aquel pordiosero! “ Un simple encontrado que no tenía ni un céntimo!
Se sentía tanto más contrariado cuanto que aquello suponía un nuevo fracaso de sus maquinaciones, por lo que, en lugar de dar muestras de sensatez, aceptando aquel golpe del azar, siguió obstinándose. Fue al encuentro de los trabajadores que estaban segando sus campos y les dijo:
-Al primero que os traiga de comer, matadlo. No importa si os dice que él es el amo, matadlo de todas formas.
Los trabajadores se miraron entre ellos, estupefactos, diciéndose que su amo debía de haberse vuelto loco para exigir una cosa como aquella.

De regreso a su casa el rico preparó la comida de los trabajadores y encargó a su yerno que la llevara al campo. El joven tomó las provisiones y se puso en camino.No había recorrido ni la mitad del trayecto, cuando oyó que alguien gritaba pidiendo auxilio. Sin dudarlo, abandonó sus cestas, dejando para más tarde la comida de los trabajadores, y se precipitó en dirección al río, de donde procedían los gritos: un niño estaba a punto de ahogarse.”Encontrado” se echó al agua valerosamente y , luchando contra los remolinos, que apunto estuvieron de arrastrar a ambos al fondo, logró salvar al niño y devolverlo a la orilla.
Mientras tanto el rico, ansioso por comprobar el éxito de su plan,decidió ir a los campos.
En el camino encontró las cestas abandonadas, pero, ni rastro de su yerno.
Ante la idea de que, tal vez, hubiese fracasado de nuevo, sintió que una furia terrible se apoderaba de él. Rojo de ira, a punto de estallar, exclamó:
- !Cómo! ¿ Será que ese inútil de “Encontrado” ha adivinado mis intenciones ? !Es imposible! ! Nadie estaba al corriente!Pero, entonces …, ¿por qué están estas cestas aquí, al borde del camino?

Incapaz de encontrar respuesta a sus preguntas, sintiendo la comezón de la rabia en el cuerpo y en el espíritu, el rico cogió las cestas y decidió ir a llevárselas él mismo a los segadores.

Armados con picos,palas y azadas, estos esperaban su llegada…
Cuando el rico apareció con las cestas en la mano, se lanzaron sobre él, dando golpes, empujones, puñetazos… parecía una competición de, “ a ver quién pega más fuerte “.
-Deteneos, soy vuestro amo, no me matéis … -Exclamaba; pero, sus palabras se ahogaban en el fondo de su garganta…, hasta que se derrumbó, fulminado por el ataque.

De este modo se cumplió el destino del joven, que además de ser yerno del rico, se convirtió, a partir de entonces, en propietario de todos sus bienes.

En el campo segado crecen unas flores blancas: Una es para mí, y las demás, para todos los que habéis comprendido la moraleja de esta historia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deje aquí su comentario, gracias !