miércoles, 14 de diciembre de 2016

La cita

Cuentos y Leyendas de Armenia

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LA CITA



Un día, cuando el primer visir del rey atravesaba, como de costumbre, la plaza del mercado de Van para ir al palacio, sintió que alguien golpeaba su espalda.
Extrañado, se dio la vuelta y vió a la muerte, que lo miraba fijamente.Toda vestida de negro, con la cabeza cubierta de un velo que sostenía con la mano izquierda para ocultar la parte inferior de su rostro, la Muerte llevaba en la mano la guadaña(instrumento para segar) con la que siega la vida de los hombres.
El visir, aterrado, corrió a palacio y entró precipitadamente en los aposentos del rey.
-Majestad, os lo ruego, permitidme dejar la ciudad en seguida.
-¿Por qué tanta prisa? -preguntó el rey.
-Me he cruzado con la muerte, hace un momento, en el mercado-repuso el visir-; me ha mirado con aire amenazador, y estoy seguro de que viene a buscarme…

- ¿Estás completamente seguro de haber visto a la Muerte? -preguntó el Rey.
-Tan seguro como de que ahora os estoy viendo a vos, Majestad. Me mostró su guadaña, tengo que huir, en seguida, lo más lejos posible de aquí; si no abandono el reino estoy perdido.

Al Rey le costaba trabajo creer que la muerte pudiese venir a pasearse tranquilamente por la plaza del mercado para elegir a sus futuras víctimas.
¿No sería que su visir había tenido una alucinación debida al exceso de fatiga? A pesar de todo, como sentía afecto por aquel hombre, habló así:
-Vete, amigo mío; coge del palacio aquello que necesites, y que Dios te acompañe.
El visir montó entonces el mejor caballo de las cuadras reales y atravesó al galope una de las siete puertas de la ciudad, en dirección a Samarcanda(Uzbekistan).
De una sola tirada, recorrió los miles de kilómetros de distancia que lo separaban de la capital de Asia Central.
Cuando agotado, descubrió por fin, bajo los últimos rayos del sol poniente, el mausoleo(sepulcro magnífico y suntuoso) de cúpula azulada de Tamerlán y las columnas de mosaicos verdes y azules de la madrasa (Escuela coránica) Chir-Dar, decidió tomarse un descanso y se tendió sobre una estera(Tejido grueso de esparto, formado por varias tiras trenzadas cosidas que sirve para cubrir el suelo de las habitaciones), al lado de su caballo.

Por su parte, el Rey, atormentado por las afirmaciones de su visir, decidió ir al mercado para ver con sus propios ojos a la Muerte, de la que nadie puede escapar.
Vestido con sencillez, a fin de que sus súbditos no lo reconociesen, el rey salió de palacio y atravesó gran plaza donde los agricultores tenían instalados sus cestos con verduras, frutas y especias. Ignorando el reclamo de la menta fresca, de las dulces sandías y de los deliciosos albararicoques de sabor a miel, buscó con los ojos, entre la multitud abigarrada, a aquella, que atemoriza incluso a los más valientes.

De pronto, la vio: era ella, sin duda, alta, descarnada, toda vestida de negro. Se deslizaba entre los puestos; se escurría de un grupo a otro sin que nadie se fijase en ella, tocando con el dedo la espalda de un hombre que acababa de comprar al aguador un vaso de agua bien fresca, acariciando la mano de una joven con los brazos cargados de tulipanes, evitando a un anciano…
El rey se dirigió hacia ella, a pesar de que se había vestido de ropa sencilla para ocultarse. No obstante, su sabiduría y su valor, no pudo evitar que un nudo de angustia se formara en su garganta, pero, aun así, dijo en su susurro:
-¡Oh Ankú( ótro nombre para la Muerte)! Permíteme que te plantee una pregunta.
La Muerte se acercó a él, para oírlo mejor.Sus ojos vacíos miraban fijamente a la nada, sus largos dedos descarnados y de afiladas uñas colgaban a ambos lados; y su aliento ardiente, acariciaba el rostro del rey, cuando ordenó con voz ronca:
-Habla
El rey sintió que sus piernas apenas podían sostenerlo; sin embargo, se atrevió a continuar:
-Mi primer visir es un hombre joven y con buena salud; es justo y bueno, y sirve a su país con lealtad. ¿Por qué lo has empujado esta mañana?¿Por qué lo has mirado con aire amenazador?
La Muerte, algo sorprendida, miró al rey fijamente, clavando sus ojos en los suyos.
-No quería mirarlo con aire amenazador -dijo-. Sencillamente, cuando nos tropezamos por casualidad, entre la multitud, y se dio la vuelta, me extrañó mucho verlo aquí.
-Y, ¿por qué esa extrañeza?
-Porque, -dijo la Muerte-, no esperaba encontrármelo en Van.
Tengo una cita con él esta noche, en Samarcanda.

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